¿Quién fue Mozart?
Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, a quien el mundo entero conoce como Wolfgang Amadeus Mozart o, sencillamente, Mozart, fue un músico y compositor de extraordinaria sensibilidad artística, considerado por muchos como el más grande en toda la historia de la música. Nació en Salzburgo, Austria, el 27 de enero de 1756, en el seno de una familia de ciertos recursos económicos para la época.
Hay consenso entre mozartólogos, musicólogos, músicos, compositores y muchos otros conocedores de su obra, en que la misma sobrepasa las seiscientas composiciones, entre las que se conservaron sesenta y ocho sinfonías, veintisiete conciertos para piano, dieciocho sonatas para piano solo, veintidós óperas, cerca de veinte misas, ocho sonatas para dos pianos y treinta y seis sonatas para violín; además de veintitrés cuartetos, seis quintetos de cuerda y cientos de piezas musicales consideradas de menor valor estético.
Es preciso mencionar aparte su última misa, su “Réquiem”, obra inconclusa, adelantada por él en buena medida y terminada según sus indicaciones; una pieza calificada por no pocos estudiosos de su música como la más transcendental de sus composiciones. También se sabe que su esposa Konstanze desechó muchas partituras, después de la muerte del prolífico y genial salzburgués, pero en todo caso, con lo que legó al mundo, es más que suficiente para considerarlo como uno de los más grandes genios en la historia de la humanidad.
Su vida de solo treinta y cinco años estuvo, a pesar de las privaciones y tristezas, colmada de experiencias muy enriquecedoras, que alimentaron su espíritu y su inmensa capacidad creadora. Muchos aspectos de su existencia resultan difíciles de comprender para la mayoría; incluso la enfermedad que lo llevó a la muerte, aunada a las circunstancias posteriores a ese deceso, han dado fuerza a mitos y leyendas sobre el inmortal compositor.
Significado del nombre
De sus todos sus nombres, se dice que Mozart prefería Theophilus, que si bien es de origen griego, en la traducción literal del latín significa “amor de Dios”.
Niñez, Juventud y Vida Familiar
La infancia de Mozart fue, al mismo tiempo, su período de iniciación a la música. ¿Tuvo él una infancia feliz?, ¿fue la suya una verdadera niñez? Lo cierto es que fue un niño extraordinariamente diferente de los demás: sus diversiones, sus juegos, su interés, su felicidad eran la música y sus instrumentos; tuvo también un padre muy distinto al de los otros niños. Una infancia que transcurrió en una época que padre e hijo sortearon juntos… hasta que el joven se rebeló. Mozart nunca fue a la escuela, su padre fue su maestro de geografía, de idiomas y, por supuesto, su primer profesor de música.
Wolfgang Amadeus fue el séptimo hijo del matrimonio formado por Anna Maria Pertl, hija de funcionarios públicos, de ciertos recursos económicos para ese tiempo; y de Leopold Mozart, compositor, violinista, distinguido maestro con obra escrita; quien publicó el mismo año en que nació Wolfgang un manual de iniciación al arte del violín, titulado “Escuela de violín”, que resultó muy útil en ese entonces y del que ha habido varias reediciones a lo largo de más de doscientos cincuenta años, una de ellas, por solo citar un ejemplo, la publicación en español en 2013 por Arpegio Editorial. Leopold Mozart, como era costumbre en la época, donde músicos y artistas trabajaban para nobles y religiosos, estaba a las órdenes, como vicemaestro de capilla, del arzobispado de la ciudad de Salzburgo, autoridad eclesiástica que se ejercía como un principado.
Wolferl, como se le apodaba al niño Mozart en familia, tuvo seis hermanos, pero solo él y su hermana Maria Anna, también llamada Nannerl, sobrevivieron; otro de los signos de esa época, la enorme la mortalidad infantil, en la que solo llegaban a adultos los mejor dotados. Los dos niños crecieron en un ambiente en el que la música era un integrante más de la casa. Uno muy importante, por cierto.
En el Salzburgo de mediados del siglo XVIII, la vida cultural y económica se desarrollaba en su mayor parte en relación con la figura del arzobispo, que ejercía sus funciones, todavía en ese período, con una mentalidad cuasi feudal. Sin embargo, también en ese tiempo las ideas de una emergente burguesía urbana, desligada de los centros sociales de prestigio y de poder, empezaban a darse a conocer a partir de un movimiento cultural e intelectual que después se denominaría como la Ilustración.
En ese contexto, el padre de Mozart educó a sus hijos desde temprano como músicos para aportar al sustento de la familia, pasando lo más pronto posible a ser servidores a sueldo del arzobispado de Salzburgo. Fue el caso de Nannerl que, solo cinco años mayor que su hermano, a los diez años de edad ya daba clases de piano, teniendo entre sus alumnos al pequeño Mozart.
El padre de Mozart estuvo dedicado en un principio a desarrollar las extraordinarias capacidades que para la música tenía su hija, sin darse cuenta del asombro que experimentaba Wolferl ante las diferentes melodías, cuando asistía, silencioso, sin moverse y con los ojos como desorbitados, a las clases que recibía su hermana, escondiéndose debajo del instrumento para escuchar a su padre componer nuevas piezas en el clavecín; instrumento en el que, cuando podía, el niño también ejercitaba sus pequeños dedos. Contaba entonces solo tres años de edad.
Poco tiempo después, Leopold Mozart se vio obligado a dar lecciones a sus dos niños, maravillándose al observar como su hijo de cuatro años podía leer las notas de manera casi natural y tocar minués con pasmosa facilidad. El padre de Mozart se rindió ante la evidencia de que la música era consustancial a su hijo, capacitado desde tan temprano para retener un grupo de notas escuchadas al pasar o de repetir en el teclado las melodías que le habían gustado en la iglesia; también podía apreciar acertadamente las armonías de una partitura, lo que contrastaba con la inocencia que mostraba ante ese hecho.
Un año más tarde, el padre de Mozart descubrió en el cuaderno de notas de su hija las primeras composiciones de Wolferl, la caligrafía era infantil y las páginas estaban con borrones de tinta, pero el desarrollo musical era correcto; el niño también comenzó a tocar el violín pequeño que le dio su padre para que se divirtiera. No había ninguna duda de que Wolfgang era superdotado, pero sin la intervención del padre, consciente de ese portentoso talento musical, que se esmeró en educar, estimular y sacar lo mejor de él, probablemente no hubiera desarrollado su música como lo hizo; aunque a veces la salud física del niño llegó a resentirse.
Lo que para el niño comenzó como un juego, deslumbrado por la experiencia que la música producía en su alma sensible, escondiéndose entre el clavecín cuando su padre daba clases, se convirtió en poco tiempo en arduo trabajo que casi lo convirtió en otro artefacto musical más, que su padre quiso mostrar a Europa.
Con el fin de dar a conocer a Mozart en el mundo, su familia realizó giras dando recitales ante los más relevantes personajes de la Europa de su época: nobles, aristócratas y religiosos. Durante esos primeros viajes, el niño tenía apenas entre seis y siete años de edad; por lo que su salud, más bien delicada, se quebrantó con presentaciones y conciertos que no siempre fueron de su agrado.
Inicios de Mozart en la Música
La música fue consustancial a Mozart, por eso mencionar sus comienzos musicales es hablar de su infancia más temprana; sin embargo, es posible afirmar que los inicios formales se dieron cuando la familia emprendió los primeros viajes para mostrar las extraordinarias capacidades de sus hijos.
A mediados de enero de 1762, los Mozart salieron en una primera gira de conciertos para dar a conocer a nobles y religiosos de Europa el talento de los niños, el propósito era sobre todo conseguir protectores o mecenas que pudieran respaldarlos en su carrera musical. Primero llegaron a Múnich, capital de Baviera, donde tocaron para el príncipe Maximiliano José III; luego siguieron a Viena -no solo la ciudad más importante del imperio, sino el epicentro musical de la Europa de su época-, donde dieron dos recitales ante la familia real en el palacio de Schönbrunn.
Solo había transcurrido un año desde la primera composición escrita de Mozart, cuando ya los hermanos ofrecían recitales y conciertos en los grandes salones de la aristocracia europea. Durante ese mismo viaje también se presentaron en Frankfurt; en Lieja y Bruselas, Bélgica; y en París, Francia. Wolfgang dejaba una grata impresión después de cada concierto. Según algunos críticos, en esos eventos los niños muchas veces fueron presentados -y observados- como piezas de circo, un signo que caracterizó también las giras de los años posteriores.
Ese primer viaje les sirvió de prueba, los dos infantes fueron elogiados copiosamente, para orgullo y satisfacción de sus progenitores; aunque el padre no recibió la compensación económica que esperaba y las finanzas de la familia se debilitaron. A principios de enero del año siguiente, los Mozart estaban de vuelta en Salzburgo.
Una nueva y más extensa gira comenzó seis meses después, manteniendo a la familia de viaje permanente durante tres años y medio. Salieron de Salzburgo en junio de 1763 en otro periplo por las principales ciudades de Europa, donde las interpretaciones de los niños fueron grandemente apreciadas. En Viena fueron invitados al palacio por la emperatriz María Teresa, quien no ocultó su fascinación con Wolfgang.
En Francia, Nannerl y Wolferl Mozart asistieron al palacio de Versalles para tocar ante el monarca Luis XV. En 1764 visitaron Londres, Inglaterra, donde el rey Jorge III les demostró su admiración. Durante esa estadía, el prolífico y genial niño de ocho años -que hasta entonces solo había escrito breves piezas musicales-, compuso su primera sinfonía y unas cuarenta piezas consideradas de menor complejidad musical; además, conoció al hijo menor de Johann Sebastian Bach, Johann Christian Bach, de quien recibió clases -primer profesor después de su padre-, aprendiendo rápidamente el arte de la fuga y la técnica del contrapunto, recursos y elementos estilísticos que modificó, desarrollándolos al máximo, para adaptarlos a la estética de su época o para recrearla en buena medida.
Al año siguiente, durante su debut en Holanda, Mozart deslumbró a los presentes al tocar el que se consideraba el órgano más grande y complicado del mundo; también, durante esa estadía, compuso su primer oratorio. Tenía nueve años de edad.
Cada presentación de Wolfgang se convertía en una demostración de su enorme maestría con el violín y el clavecín -también llamado clave o clavicímbalo-, que en esa época el niño podía ejecutar con una venda en los ojos, dejando a los espectadores encantados cuando improvisaba sobre cualquier tema que le solicitaban. El niño genio obsequiaba a las damas de la aristocracia con sus primeras sonatas para violín y clave.
La familia regresó a Salzburgo el 30 de noviembre de 1766, pero el padre se dio cuenta de que el lugar no tenía mucho que ofrecerle a Mozart, de modo que después de unos meses de descanso reiniciaron sus giras musicales.
En septiembre de 1767 Wolfgang y su hermana viajaron a Viena con su padre, con el propósito de que el niño desarrollara sus facultades de compositor. En esa ciudad llevó a cabo una gran cantidad de actividades, escribió conciertos, sinfonías, misas, oratorios, cantatas y también sus primeras óperas, entre las que destaca la ópera bufa “La Finta Sémplice”, en español “La fingida tonta”, un encargo del monarca José II.
Como suele suceder, los músicos de la época, que también trabajaban por encargo en Viena, vieron en Mozart a un competidor de inigualable talento; y eso dio pie a intrigas pues les era muy difícil aceptar que un niño de apenas once años pudiera realizar una música de esa índole, comentaban que Leopold Mozart era el autor de esas composiciones. Adicionalmente, el niño era un trabajador incansable y realmente prolífico, en una mañana, de pie, podía escribir varias obras, algunas de las cuales no revisaba siquiera.
Los sucesivos viajes le sirvieron a Mozart de gran aprendizaje, el padre ganó algún dinero, siempre insuficiente por el tren de vida que llevaba la familia. Dentro de su comarca dieron conciertos entre 1767 y 1769. Cuando contaba trece años de edad, a Wolfgang le fue otorgado el título honorífico de Konzertmeister -o Maestro de Conciertos- de la corte salzburguesa, aunque sin remuneración alguna por su minoría de edad. Sin embargo, no era mucho más lo que Salzburgo podía dar a un muchacho tan especial como Mozart, de allí que su padre determinó que para su hijo lo mejor era perfeccionar su educación musical, en los lugares donde eso fuera posible. Así pues, aprovechando el financiamiento obtenido con ese nombramiento para estudiar en Italia, donde su padre pensaba que aprendería el arte de la composición operística y se haría famoso, los dos Mozart se trasladaron a Roma.
Llegaron a la capital italiana en abril de 1770. En el Vaticano, el adolescente de catorce años escuchó el “Miserere de Gregorio Allegri, una obra que solamente podía interpretarse dentro la Capilla Sixtina, pues era considerada música de carácter secreto, siendo prohibida su publicación. No obstante, cuando Wolfgang regresó al sitio donde se alojaba, intentó escribirla de memoria, produciendo una versión bastante aproximada. El Papa Clemente XIV, lleno de admiración, lo nombró Caballero de la Orden de la Espuela de Oro; un título que nunca le interesó a Mozart.
En Italia estuvieron dos años, Mozart recibió la protección del padre Giovanni Martini -importante teórico musical de la época, por el que el genial salzburgués tuvo siempre gran afecto-, quien hizo gestiones para que el jovencito entrara a la Academia Filarmónica de Bolonia, a pesar de que la edad mínima requerida para el ingreso era de veinte años. Wolfgang fue admitido como compositor después de presentar el examen correspondiente, que completó en treinta minutos, cuando los demás candidatos se demoraron tres horas.
Durante ese mismo período de aprendizaje, Mozart estrenó en 1770 en Milán la ópera “Mitrídates, rey del Ponto”, que resultó un gran éxito. En el transcurso de esos años, el padre de Mozart fue consciente de lo mucho que exigía a su hijo, así que algunas veces volvieron a Salzburgo para descansar de la vida errante que llevaban. En 1771 volvieron a Italia para el estreno de su ópera “Ascanio en Alba”. De regreso a Salzburgo, se enteraron de la muerte del príncipe arzobispo Schrattenbach, que siempre los había apoyado.
Esa circunstancia les hizo la vida más difícil a los Mozart, en particular a Wolfgang, pues el nuevo príncipe y arzobispo de Salzburgo, Colloredo, era un hombre más autoritario y rígido al momento de exigir a los subordinados sus deberes con el arzobispado. Mozart fue ratificado en su cargo de maestro de conciertos, con un sueldo medianamente aceptable; pero sin embargo veía que su libertad estaba cada vez más restringida, hasta el punto de sentirse encadenado.
A partir de ese entonces los Mozart recomenzaron su vida nómada por varios países, entre una corte y otra. Durante esos viajes Wolfgang conoció a muchos músicos y maestros respetables, que le enseñaron diferentes aspectos del arte musical y las novedades técnicas para la época.
Mozart y su padre fueron de nuevo a Italia en 1772, durante la estadía en Milán compuso y estrenó su ópera “Lucio Silla”. También escribió el motete “Exultate-jubilate”, en honor a Venanzio Rauzzini, uno de los más relevantes castrati de la época, que había sido el intérprete principal de la ópera recién estrenada. El compositor aspiraba a un trabajo digno, con estabilidad, pero no se le dio y fue preciso regresar a Salzburgo.
En 1773 Wolfgang tenía diecisiete años, las presentaciones del ‘niño prodigio’ habían terminado, así que debía asumir otra forma de llevar la vida. Ese año viajó de nuevo a Viena, no consiguió un trabajo como era su deseo; pero el resultado fue exitoso pues asimiló el estilo musical vienés de ese momento, al conocer la obra de Joseph Haydn.
Género musical
Mozart cultivó todas las formas musicales de su tiempo. Partiendo de la música del Barroco, que dominó completamente, desarrolló hasta la cúspide el estilo clásico con el que expresa de manera inconfundible lo natural, el equilibrio y la claridad, valores propios de la Ilustración -movimiento cultural surgido en su época, que pone de relieve el predominio de la razón y la creencia en el progreso-, en contradicción al artificio y el exceso de sofisticación de la música barroca. También se adelantó, en cierta medida, al romanticismo musical, que habría de desarrollarse mejor posteriormente.
Comenzó con trabajos de menor exigencia, por la brevedad y la sencillez de sus elementos estéticos, hasta la construcción de obras de mayor envergadura, por su profundidad y exigencia musical. Abarcó géneros tan disímiles como el minué, que era una música bailable en su época; conciertos para orquesta -composición musical para uno o varios instrumentos solistas y orquesta-; arias de conciertos; sonatas -estilo representativo de la música galante, propia de su tiempo-; sinfonías -composiciones para orquesta con varias partes o movimientos de diferente velocidad o tempo, con estructura también distinta-; obras para un grupo pequeño de instrumentos o música de cámara, de diversos formatos: quintetos, cuartetos, tríos, sonetos y serenatas, entre otros. También se destacó por sus óperas, considerado como el género mayor de la música de entonces, en sus distintas formas: bufas, serias y singspiel; y por sus composiciones de música de carácter religioso o sacro: motetes, misas… y su “Réquiem”.
Expertos en su música afirman que el logro mayor de Mozart, que era católico, fue elevar, como nadie, un estilo de composición musical -el clásico, con los valores inherentes al mismo-, a un punto en el que, sin embargo, mantuvo la conexión con lo sagrado; su música, aun la de mayor sencillez, logra un equilibro perfecto con lo esencial e insondable de la vida humana.
Además de su padre, que fue su mentor y representante, Mozart encontró sus mayores influencias musicales de maestros como Johann Sebastian Bach; se dice que en apenas mes y medio captó su estilo y compuso versiones personales de su música. También fue influenciado por la música de Joseph Haydn, de quien conoció en 1773 el nuevo estilo vienés, recibiendo una amistad casi paternal a la par de aprender el arte de escribir cuartetos. De esos geniales músicos asimiló sus respectivas maneras de componer, integrándolas a su propio trabajo para expresarse en un estilo que impulsó a lo más alto.
En ese sentido, es preciso mencionar que Mozart dominó a la perfección el contrapunto -técnica de improvisación y composición musical, para lograr equilibrio entre voces o notas distintas e independientes-, que el estilo galante de su época había dejado de lado por las complejidades del Barroco de la última fase; pero que el extraordinario salzburgués reincorporó de forma apropiada y disciplinada, para adaptarlo a las circunstancias estéticas y sociales de su tiempo. También asimiló el arte musical de la fuga -composición en la que tres o más voces hacen entradas sucesivas, como imitándose, en una suerte de ‘persecución’ entre ellas-; esas formas no eran nuevas, pero Mozart realizó avances en la técnica, manejando con inigualable destreza el impacto emocional que producían.
De esos recursos, entre otros, se valió para crear varias de sus obras más notables, sobre todo cuando tomó la determinación de trabajar sin necesidad de mecenas, nobles o religiosos, entrando en un proceso creativo libre, al margen de las normas musicales imperantes en ese momento.
De los múltiples instrumentos que Mozart llegó a dominar -clavicordio; clavecín, también llamado clave o clavicímbalo; violín, piano o pianoforte y clarinete-, mostró preferencia por los dos últimos. Su elección del piano se debió a que, al percutir la cuerda, lograba sonidos con una gama amplia de matices, diferentes en intensidad e interrelación; en oposición al clavecín -que su padre prefería para ambos, lo que ocasionó no pocas disputas entre los dos- que al rasgar las cuerdas como en el arpa o la guitarra, produce sonidos puntuales y uniformes, haciendo más rígido el esquema de composición y ejecución.
Con esa elección Mozart entró en conexión con los cambios de su tiempo y así lo expresó, desde los veintiún años, en el concierto para piano y orquesta, estrenado con el título de “Jeunehomme” en 1777, donde plasmó de manera inequívoca esta preferencia y la innovación que llevaba consigo.
De su obra extensa, prolífica, profunda… monumental, se han ocupado, es obvio, compositores, músicos, intérpretes, musicólogos y demás expertos en música; pero, además, psicólogos y otros estudiosos de la conducta humana; también teólogos, astrólogos, místicos, escritores, dramaturgos, cineastas y melómanos del común que sienten o perciben algo muy especial al escuchar algunas de las composiciones del genio de Salzburgo. Por supuesto también al observar o estudiar su vida, con suficientes elementos para situarlo en una dimensión cercana a lo sobrenatural o para alimentar toda suerte de creencias.
Entre algunos teólogos muy destacados, como no citar la opinión del cardenal Joseph Ratzinger -papa Benedicto XVI, entre el 19 de abril de 2005 al 28 de febrero de 2013, luego papa Emérito-, quien reconoce en Mozart una cualidad única, que no se encuentra en la de otros compositores. En un libro suyo de 2006, titulado “Mein Mozart”“, en español “Mi Mozart”, lo expresa de esta manera: “La alegría que Mozart nos regala, y que yo siento de nuevo en cada encuentro con él, no se basa en dejar fuera una parte de la realidad, sino que es expresión de una percepción más elevada del todo, que solo puedo caracterizar como una inspiración, de la que parecen fluir sus composiciones como si fueran evidentes… oyendo la música de Mozart, al final queda en mí un agradecimiento porque él nos haya regalado todo esto [su inspiración, su música] y un agradecimiento porque esto le haya sido regalado a él”.
Trayectoria y Legado
En enero de 1775 Mozart estrenó en Múnich su ópera “La falsa jardinera”, que fue un éxito muy importante. Ese año y los siguientes fueron conformaron un período enormemente fructífero: escribió óperas, sonatas para piano, conciertos para violín, divertimentos, cuartetos y bastante música sacra a solicitud del nuevo arzobispo de Salzburgo.
A pesar de esos logros, Mozart no estaba conforme con su trabajo, aspiraba a desarrollar una música diferente, donde pudiera expresarse con entera libertad; fue así que en agosto de 1777 pidió al arzobispo Colloredo licencia para dejar el cargo. Era mucho lo ganaba, pero también perdía un ingreso, aunque modesto, que estaba asegurado; un aspecto en el que no reparó en ese momento. Luego, en compañía de su madre, comenzó un extenso viaje que tendría como destino París. En Mannheim hizo amistad con un grupo de compositores de la ciudad, además de conocer a la familia Weber, que sería muy significativa en su vida.
Mozart llegó a París en marzo de 1778, permaneciendo en esa ciudad por seis meses, sin ganar mucho dinero, pero escribiendo y estrenando obras como la “ Sinfonía en re mayor o París”, una composición que resultó muy exitosa. Sin embargo, la tristeza por la muerte de su madre en julio de ese año, además de otras frustraciones, fueron eventos que lo desanimaron a tal extremo que decidió regresar a su país y solicitar de nuevo la protección del arzobispado de Salzburgo.
Wolfgang llegó de vuelta a su ciudad natal en enero de 1779, Colloredo le aumentó la paga… también las obligaciones, debía dedicar mucho más tiempo a su cargo. Ese mismo año escribió la “Misa de la Coronación”.
En enero de 1781 Mozart estrenó en Múnich “Idomeneo, rey de Creta”, una ópera que la crítica especializada considera su primera gran obra en este género; refleja el aprendizaje que había obtenido en Italia y la madurez musical a la que había llegado. Por esa misma época, durante esa estadía en Augsburgo, fue requerido por el arzobispo de su ciudad natal.
En los últimos tiempos Mozart había triunfado, en otras zonas de Europa fue recibido por la aristocracia con formas semejantes al tratamiento de los nobles; pero de vuelta a Salzburgo, el príncipe arzobispo Colloredo parecía complacerse en humillarlo, tratándolo como a un criado. Eso le resultó inaceptable pues su trabajo y su persona ya eran apreciados en el resto de Europa; así que renunció después de una intensa discusión con su protector de ese momento. Finalizó así una relación de una década, signada por acres y continuos desencuentros.
1782 fue un año de grandes logros musicales y personales para Mozart, estrenó “El rapto en el serrallo”, una obra de enorme éxito que inauguró, según el afamado compositor alemán de su época Christoph Glûck, el nacimiento de la ópera alemana, una pieza en la que además de la música, recurrió a escritores germanos. Se casó con Konstanze y para celebrar su matrimonio compuso la “ Misa en do menor”, que deseaba estrenar en Salzburgo -para agradar a su padre-, con su esposa como primera soprano solista; pero eso solo fue posible en agosto del año siguiente.
Los años sucesivos representaron un período muy importante para Mozart, muchas de sus obras gozaron del beneplácito de la audiencia vienesa y del resto de la Europa aristocrática, por lo que el músico tuvo muchas actividades sociales, donde se presentó lleno de entusiasmo. En 1785 dedicó a Joseph Haydn varios cuartetos de cuerda, se dice que al escucharlos Haydn manifestó que Wolfgang Amadeus era el más grande compositor que hubiera conocido. En 1786 Mozart llegó a la cúspide, estrenó la ópera “Le Nozze Di Figaro”, en español “Las bodas de Fígaro”, que resultó un inmenso éxito. Al año siguiente se dio el estreno en Praga de “Don Giovanni”, una de sus óperas más aclamadas a lo largo de la historia y que en la capital de Polonia resultó un triunfo enorme.
La crítica especializada concuerda en que, durante ese mismo año de 1787, el viento a favor que había estado experimentando Mozart en los últimos tiempos comenzó a cambiar de dirección: su padre murió el 28 de mayo en Salzburgo. La ópera “Don Giovanni” fue un gran fracaso en Viena, en contraposición a lo que ocurrió en Praga. La capital austríaca, que no hacía mucho había celebrado su música, paulatinamente comenzó a mostrar interés por otros pianistas -con una técnica distinta, adaptada a los instrumentos de construcción inglesa-, como Muzio Clementi; y a declinar el entusiasmo por la música de Mozart.
Eso representó una catástrofe en la economía doméstica de Mozart, pues las academias o conciertos por suscripción, que durante su estancia en Viena fueron una de sus mejores fuentes de ingreso, tuvieron cada vez menor audiencia, mermando considerablemente las entradas financieras.
Durante 1788 se agravaron los problemas económicos, Mozart se encontraba agotado de tanto buscar trabajo por encargo, sin ninguna respuesta favorable. Los vieneses, en general, preferían una música más ligera, para el solaz y el entretenimiento; la del compositor salzburgués les resultaba muy complicada y elevada intelectualmente. La “Sinfonía en do mayor”, creada en ese tiempo, no se estrenó en vida del compositor, fue bautizada como “Sinfonía Júpiter” treinta años después de su muerte.
En el resto de Europa el trato, por momentos, fue distinto. En 1789 fue invitado por su correligionario masón, el príncipe Karl Lichnowsky, para tocar en Berlín ante la corte del rey prusiano Friedrich Wilhem II; ese hecho volvió a insuflarle ánimo y esperanzas a Mozart. De paso por Dresde, Mozart tocó su “Concierto de la Coronación” para el príncipe de Sajonia, máxima autoridad de ese estado alemán, quien le obsequió un valioso cofre y le pagó cien ducados; pero no hizo ningún encargo. Mozart continuó solo hacia Berlín, costeándose sus gastos. Una vez ante la corte prusiana, tocó y obtuvo un encargo para cuartetos de cuerda y sonatas de piano, que iban a ser muy bien pagados por el rey; pero esos compromisos no se cumplieron. En esa ciudad Mozart tampoco dio ningún concierto en público, así que en julio de ese año estaba de vuelta en Viena, sin dinero y agotado. La familia continuaba creciendo y la situación económica era apremiante.
Un importante y esperado encargo lo consiguió Mozart en agosto de 1789, se trataba de la ópera ópera “Cosí Fan Tutte”, en español “Así hacen todas”, con libreto de Lorenzo da Ponte. Ganó dinero con ese trabajo, pero de igual modo fue insuficiente, porque Konstanze necesitó de nuevas terapias y curas; además, el emperador José II, que había sido su protector, murió el 20 de febrero de 1790 sin llegar a ver el estreno de la ópera que le había encargado a Mozart. Con ese deceso la situación económica del genio de Salzburgo declinó todavía más. El 26 de enero 1790 se estrenó en Viena su ópera “Cosí Fan Tutte”, escrita en italiano, que tuvo excelente acogida por el público.
El 30 de septiembre de 1791 los vieneses asistieron al estreno de “La flauta mágica”, dirigida por un Wolfgang Amadeus Mozart ya muy fatigado por la enfermedad que lo llevaría a la tumba. Al igual que la anterior, tuvo excelente receptividad de público y crítica. Algunos biógrafos opinan que a través de esas dos últimas óperas, los vieneses finalmente pudieron valorar, aunque tarde, la genialidad de Mozart y su obra.
Luego vendrían los intentos por finalizar su misa de difuntos o “Réquiem”, que solo pudo ser terminada después de su muerte, siguiendo en buena medida sus instrucciones.
Vislumbrando el alma de un genio universal
El venezolano Rafael Cadenas dice que la poesía es el encuentro de dos almas: poeta y lector; haciendo una paráfrasis, se podría afirmar que escuchar a Mozart es también un formidable encuentro. Significaría comprender, en alguna medida, la inmensidad de su obra, si eso fuese posible.
Aquiles Nazoa, otro poeta y humorista venezolano, dijo en una ocasión que la música sirve para mover el cuerpo o el espíritu. El minué fue un género musical de su tiempo que Mozart también cultivó, sirvió para danzar y mover el cuerpo; pero la mayor parte de su obra auspicia el movimiento del espíritu. Durante más de doscientos sesenta años su música, aun la que se considera más sencilla, mantiene abierto un camino para al escucha atento, que hace posible… el encuentro de dos almas. En esa dimensión, el genio de Salztburgo ha entrado en la inmortalidad.
Misa de difuntos o “Réquiem” en re menor
Una gran cantidad de obras de carácter litúrgico, religioso o sacro fueron escritas por Mozart a lo largo de su vida. La mayoría de sus composiciones de esa índole las realizó durante su vida en Salzburgo, donde escribió casi todas las misas, los motetes y otros géneros musicales para diferentes rituales de la misa católica. Mientras vivió en Viena -período vienés, según algunos autores- las obras sacras disminuyeron en cantidad pero resultaron muy significativas y de gran trascendencia, fueron fruto de la plena madurez alcanzada por el compositor en su estilo musical.
Para el teólogo argentino Fernando Ortega, Mozart era dueño de “un conocimiento intuitivo, experimentado en el ejercicio de su actividad creadora musical... esa experiencia configuró en él, de manera progresiva, un modo cristiano de pensar”; además, afirma que, teniendo en cuenta que Mozart pensaba en música, esa forma cristiana de pensar se expresó hasta en sus obras consideradas profanas, entre las que cita como ejemplo “Las bodas de Fígaro”.
La trayectoria artística de Mozart está dividida en dos épocas o períodos: el salzburgués y el vienés, en virtud del lugar donde le tocó desenvolverse. Durante su vida en Salzburgo, compuso la mayoría de sus misas, dividas en misas largas o missae solemnes vel longae; y las misas o missae breves, además de varios kiries y dos credos para igual número de celebraciones católicas.
Las misas breves las creó Mozart bajo la protección del príncipe arzobispo de Salzburgo, Hieronymus Colloredo, quien respetaba un decreto, al parecer de Benedicto XIV -papa entre 1740-58-, que prohibía las misas largas; de allí que encargó solo la composición de misas breves, que resultaron más bien cortas y sencillas.
Mozart compuso durante ese período salzburgués dieciséis misas, algunas obras sacras como letanías, vísperas, además de composiciones de corta extensión como ofertorios, antífonas y kiries.
Dentro de las misas breves que Mozart creó a partir de 1771, cuando empezó al servicio de Colloredo, se mencionan, en orden cronológico, la “Missa Brevis en do mayor” y la “Missa Brevis en fa mayor”, ambas de 1771; la “Missa Brevis en do mayor” de 1774; la “Missa Brevis en do mayor (Piccolomini)”, compuesta en 1775; la “ Missa Brevis et Solemnis en do mayor (Spatzenmesse)”, escrita entre 1775-76; y la “Missa Brevis en si bemol mayor” de 1777.
Entre las misas largas de ese mismo período salzburgués, Mozart compuso la “Missa Solemnis en do menor /Misa del Orfanato o Waisenhausmesse”, escrita por encargo cuando el niño apenas tenía doce años. Se estrenó el 7 de diciembre de1768 en Rennweg, Viena, para la consagración del templo de un orfanato. Según opinión experta, “es un encanto de composición musical con muchos pasajes llenos de la dulzura y ternura del niño que comienza a ser joven”.
Otras misas largas de esa etapa son la “Missa Longa en do mayor”, compuesta en 1777. En los años subsiguientes Mozart creó dos obras consideradas más bien como misas cortas, pero con un tempo o velocidad mayor en uno de sus movimientos: el andante o andantino; fueron la “Missa dell’Incoronazione en do mayor/ Misa de la Coronación”, una de las más conocidas, terminada el 23 de marzo de 1779, en honor de la coronación de una imagen de la Virgen María con su Niño, que debía ser estrenada en una capilla de peregrinaciones cerca de Salzburgo; y la “Missa Solemnis en do mayor, Hofmesse/Misa Áulica” de 1780.
Solo dos misas largas compuso Mozart en Viena, la “Missa Solemnis en do menor”, trabajada entre 1782-83, aunque inconclusa, fue estrenada el año siguiente en Salzburgo; ha sido considerada por los expertos como una de las grandes obras litúrgicas del compositor.; y su “Réquiem”. Todas las demás misas, desde 1768 a 1780, fueron compuestas en Salzburgo.
Dentro de sus otras composiciones de carácter religioso, también se cuentan cerca de cuarenta motetes -pieza polifónica que, sin ser parte de la estructura de la misa, a veces se canta en ceremonias solemnes-, donde destaca una obra de madurez como el motete “Ave Verum Corpus”, que fue compuesto en 1791 en celebración de la festividad de Corpus Christi, para ser interpretado durante la consagración de la hostia.
Es preciso mencionar también el motete “Exultate-jubilate”, escrito en 1772 durante su estadía en Italia, junto a su padre, cuando Mozart contaba dieciséis años de edad. Esa pieza es considerada la primera de sus obras más importantes, o grandes obras, cantándose actualmente en todo el mundo en ciertas celebraciones eclesiásticas.
Sin embargo, es su misa de difuntos la que tiene mayor transcendencia, en opinión de críticos y conocedores de su obra. El desarrollo de esta composición, inconclusa, también ha dado cabida a ciertos mitos y leyendas, explotados por fabuladores para sacar provecho mediante tramas novelescas, que atraigan público.
En marzo de 1791 se presentó en la casa de Mozart en Viena un desconocido, embutido en una oscura capa para no ser identificado, que le encargó la composición de un réquiem, adelantándole un dinero; al final de ese encuentro, compositor y emisario quedaron en verse un mes más tarde. Sin embargo, poco tiempo después, el compositor atendió un llamado desde Praga para escribir la ópera “La clemencia de Tito”, en celebración de la coronación del rey Leopoldo II, heredero al trono del emperador José II. Al momento de emprender el viaje hacia Polonia, el desconocido apareció de nuevo para preguntar por su encargo; hecho que impactó profundamente a Mozart, casi hasta la autosugestión.
Con los años se supo, de manera inequívoca, que el encapuchado fue un mensajero del conde Franz von Walsseg, músico que hizo el encargo porque aspiraba a ofrendar el réquiem en los funerales de su esposa recién fallecida, haciéndose pasar por el autor de la obra; una práctica común en aquella época.
Desde el fallecimiento de su padre, Mozart quedó obsesionado con la idea de la muerte; también, a partir de su ingreso a la logia masónica, se había tornado muy impresionable ante lo esotérico, además de que cada día se encontraba más fatigado. Bajo esas circunstancias, el aspecto del emisario lo impactó de tal suerte que llegó a decir que ese era un mensajero del destino, afirmando que la misa de difuntos sería una composición para su propio funeral. “La clemencia de Tito” no entusiasmó al público, así que Mozart regresó Viena para trabajar en el encargo del desconocido.
En opinión de músicos y conocedores de la materia, el “Réquiem”, escrito en la tonalidad de re menor, fue su única misa de difuntos. Como en otras de su última etapa, en esta Mozart se expresa en un estilo más contrapuntístico, con una escritura melódica más depurada y sencilla; no obstante, presenta como novedad la prevalencia de sonidos lúgubres en los clarinetes tenores y los fagotes.
Generalmente la estructura de las misas de difuntos se compone de doce partes; pero la obra de Mozart consta de ocho secciones litúrgicas -el compositor siguió los textos latinos para el oficio de difuntos-, divididas en catorce movimientos.
I- Introitus: Requiem aeternam.
II- Kyrie Eleison.
III: Sequentia: Dies Irae, Tuba Mirum, Rex Tremendae, Recordare, Pie Jesu, Confutatis maledictis y Lacrimosa Dies Illa.
IV - Offertorium: Domine y Hostias.
V - Sanctus.
VI- Benedictus.
VII: Agnus Dei.
VIII- Communio: Lux aeterna, repetición de fragmentos del Introito y el Kyrie.
Las dos primeras secciones, correspondientes al adagio y al allegro, respectivamente “Introitus, Requiem Aeternam” y “Kyrie Eleison”, fueron elaboradas totalmente por Mozart. Las partes siguientes fueron escritas por Franz Xaver Süssmayer, discípulo de Mozart, quien recibió bocetos, diseños melódicos, órgano, entrada de instrumentos, además de las indicaciones que le dictaba el compositor para completar cada fragmento. Luego de la muerte de Mozart, el mismo discípulo revisó todo y terminó la obra.
Críticos especializados coinciden en que el “Lacrymosa Dies Illa”, correspondientes al séptimo movimiento de la tercera sección, es una de las más memorables de la obra, por el tono elevado y sutil. De la mano de Mozart solo salieron los primeros ocho compases.
Por algún tiempo se especuló que esa misa fue concluida por Antonio Salieri -músico muy reconocido en la época, a quien falsamente algunos han endilgado responsabilidad en la muerte del genial compositor, por su rivalidad manifiesta hacia él-; pero ese ha sido otro mito novelesco, pues desde el inicio se supo que la misa fue concluida por Süssmayer, primero bajo la dirección del propio compositor durante los últimos días de su enfermedad; y luego siguiendo sus instrucciones.
No se sabe con certeza si algunas partes del “Réquiem” fueron interpretadas en una misa en memoria de Mozart, que se efectuó el 10 de diciembre de 1791, cinco días después de su muerte. Sí está documentado que el estreno de la obra completa ocurrió en Viena el 2 de enero de 1793, en un concierto en beneficio de la viuda del genial músico.
La Flauta Mágica
En el género operístico Mozart compuso veintidós obras, incluidos los subgéneros seria, bufa -que convirtió en seria al realzar sus valores estéticos y su significado-; y el singspiel, ópera popular alemana escrita en ese idioma, con predominancia de los recitativos hablados y arias menos complejas que las italianas. Esas composiciones en alemán fueron un aporte de Mozart, porque hasta entonces la ópera se hacía en italiano.
Sus óperas consideradas más relevantes tratan sobre lo esencial de la vida: amor, muerte, perdón, solidaridad y elevación del espíritu, de allí su trascendencia. En cuanto a la música, se dice que de manera paulatina y creciente el compositor se fue acercando a un estado de serenidad, transparencia y simplicidad, como en una nueva infancia.
“Don Giovanni”, en español “Don Juan”, es un drama jocoso en dos actos, que Mozart escribió en italiano en 1787 con libreto de Lorenzo Da Ponte. Una de sus características particulares es la combinación en la misma composición de elementos propios de las óperas seria y bufa. Otro aspecto importante, es el recurso estilístico al que recurrió para diferenciar la categoría social de los personajes: los recitativos de los nobles se acompañan con orquesta, mientras que los recitativos de la plebe o los criados se siguen solo con el clavecín.
“Las bodas de Fígaro”, en italiano “Le nozze di Figaro”, es una ópera bufa que Mozart comenzó en 1785 y terminó al año siguiente. La obra, que consta de cuatro actos, fue escrita en italiano con libreto de Lorenzo Da Ponte, en base de la obra teatral francesa “Le mariage de Figaro” de Pierre Augustin de Beaumarchais.
Para aquel entonces se creía que la ópera bufa solo podía ser lograda con excelencia por los italianos, Mozart desmontó ese prejuicio pues con ese trabajo superó los ya viejos cánones de ese género musical, además de mostrar ideas precursoras del romanticismo alemán; inclusive resultó revolucionaria, en virtud de su crítica burlona hacia la nobleza. El éxito fue rotundo, todavía mayor al obtenido con sus otras dos óperas en alemán, estrenadas unos años antes: “Idomeneo, rey de Creta”, de enero de 1781; y “El rapto en el serrallo”, que se montó por primera vez en Viena en julio de 1782. Se cuenta que en el estreno de “Las bodas de Fígaro”, al final del espectáculo, toda la sala exclamó en italiano: “¡Bravo Maestro! ¡Viva il grande Mozart”!, mientras que los músicos, entusiasmados, rompieron sus arcos sobre el atril.
“La flauta mágica”, escrita en alemán, fue la última ópera llevada al escenario en vida de Mozart, quien presentando ya serios quebrantos de salud preparó, en compañía del empresario teatral, cantante y libretista Emanuel Schikaneder, los ensayos de la misma. El estreno se dio el 30 de septiembre de 1791, bajo la dirección del propio compositor. Antonio Salieri, admirador de la obra de Mozart, quien según algunos críticos sentía por el genial compositor una ‘rivalidad respetuosa’, estaba presente en esa ocasión. La obra fue otro gran triunfo.
“La flauta mágica”, junto con “Don Giovanni”, es la más representada de sus óperas a lo largo del tiempo; de igual modo, dentro del catálogo operístico universal, es una de las que más se han llevado al escenario. La obra también ha dado lugar a muchas especulaciones, alimentando la leyenda de una muerte por encargo. Entre quienes defienden la tesis de que Mozart fue envenenado, se ha comentado que ese hecho obedeció a que el compositor reveló ciertas claves ocultas de la francmasonería, en la exposición aparentemente inocente de la obra, por lo que algún hermano de la logia llevó a cabo la infausta tarea.
Hay consenso en que dentro de la línea argumental de la obra es posible encontrar diversos símbolos masones, lo que parece inevitable pues compositor y libretista pertenecían a la misma logia. Esta obra se destaca dentro de la producción operística de Mozart, porque logró expresar con plenitud el refinamiento artístico que había alcanzado en los últimos años; también consiguió el equilibrio musical, en el que melodía y declamación están en perfecta armonía, lo cual no habían podido hacer los italianos ni los franceses. La ópera original comprende dos actos, pero con el correr del tiempo se hicieron adaptaciones para representarla con otros textos y en cuatro partes. El área “La reina de la noche”, escrita para ser interpretada por una soprano de coloratura, ha sido la más afamada.
“La flauta mágica” es la única ópera que presenta, según algunos críticos, un tema sobre la iniciación -ritual que no es exclusivo de la masonería, pues diversas religiones y cultos tratan sobre este fundamental aspecto-; asimismo, opinan que el tema está expuesto de forma tal que, prestando suficiente atención, se puede captar sin mayor dificultad. El cuento de hadas -subgénero literario derivado del folklore, caracterizado porque las aventuras que narran arañen por igual al mundo natural y al sobrenatural- es apenas una excusa, los personajes han sido concebidos para mostrar el avance del alma a través del rito de iniciación; pero entrelazados en una trama que, junto a la simbología masónica, presenta elementos fantásticos, humorísticos y la búsqueda de un mundo ideal que no está exento de reflexión, magia y poesía.
Una síntesis del cuento de hadas es el siguiente: el príncipe Tamino, que se encuentra en un lugar inhóspito, es liberado de la amenaza de una inmensa serpiente por tres damas con velos, al servicio de la Reina de la Noche, a quien se le llama también Estrella Flamígera. La reina le dice al príncipe Tamino que su hija Pamina ha sido secuestrada por un desalmado mago de nombre Sarastro, también le promete que si puede rescatarla, podría casarse con ella.
Tamino comienza entonces una serie aventuras en compañía de Papageno, un joven cazador de aves, alegre y terrestre, para hallar a Pamina; llevan como protección una flauta mágica y un juego de campanas. En el camino se dan cuenta de que la realidad es diferente a lo que pensaban: Estrella Flamígera es una malvada, mientras que Sarastro es en verdad un ser elevado que ha apartado a la joven para protegerla de la malignidad de la reina.
Cuando finalmente el príncipe se encuentra con Pamina, llevan a cabo ritos de purificación mediante los que pueden ingresar juntos al templo de Sarastro como servidores de la luz; el príncipe Tamino toca la flauta a medida que pasa las pruebas de fuego y agua. En el ámbito terrestre, Papageno consigue a Papagena, la novia ideal a su condición.
Sinfonía N° 40 en sol menor”
Está documentado, por la numeración del mismo compositor, que Mozart escribió cuarenta y una sinfonías; pero algunos especialistas son de la opinión de que son cerca de setenta obras sinfónicas, un género de composición musical para orquesta que, a diferencia del concierto, tiene varias partes o movimientos de distinta velocidad o tempo, con una estructura también disímil, pero dentro de un conjunto armónico. El género existía antes pero él llevó su desarrollo casi hasta la perfección. La primera sinfonía la compuso en 1764, a los ocho años de edad; la última, tres años antes de morir. Sobresalen la “Sinfonía en re mayor o París”, escrita en la capital francesa durante su primera visita en 1778, por encargo de la asociación musical Concerts Spirituels; el compositor tenía entonces veintiún años de edad.
También destacan la “Sinfonía en do mayor o Linz”, que fue escrita en muy breve tiempo durante su estadía en esa ciudad austríaca en 1783. Mozart escribió otras sinfonías que son, en opinión de la crítica especializada, obras de su período de mayor madurez y dominio musical en este y otros géneros; se mencionan las que compuso en 1788 con el nombre de “Sinfonía en mi bemol”, escrita en junio de ese año; la “Sinfonía en sol menor”, al mes siguiente; y a principios de agosto la “Sinfonía en do mayor o Júpiter”. Para muchos expertos en la materia, en esas tres últimas obras Mozart mostró un progresivo enriquecimiento de la instrumentación, lo cual fue posible gracias al intercambio con los músicos de la Escuela de Mannheim unos años antes; pero su aporte fue notable, sobre todo en la introducción del crescendo, un efecto en el que además introdujo el clarinete, otro de sus instrumentos preferidos.
De la “Sinfonía en sol menor”, con el tiempo conocida también como “Sinfonía N° 40”, ha dicho el musicólogo alemán W. R. Spalding: “será una obra inmortal mientras los hombres sean sensibles a una emoción sincera, en este caso expresada con una perfección casi divina”. En esa apreciación coincide con muchos otros críticos, que la consideran la obra más notable de Mozart en ese género, expresión del sinfonismo más refinado alcanzado por el genial compositor.
Fue una de las últimas obras sinfónicas, pero no está claro si su puesta en escena se realizó en vida del compositor. Algunos expertos piensan que el estreno no se dio, pero en sentido contrario otros se basan en algunos indicios para afirmar que sí tuvo lugar pues tiempo después de escrita Mozart revisó la partitura, haciendo modificaciones y adaptaciones, actividad que normalmente hacía después de haber escuchado en pleno una composición.
La obra consta de cuatro movimientos, a saber: Molto allegro, Andante, Menuetto y Finalle; está concebida para dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, dos trompas, flauta, primeros y segundos violines, violas, violonchelo y contrabajos.
Un interesante análisis de esta obra es el que hace el musicólogo Alberto Szpunberg, quien afirma que el primer movimiento arranca “con su original y hermoso acompañamiento en las violas repetidas, se enfrenta a un tema dialogante y persiste en varios niveles generando una encubierta corriente de agitación, estremecimiento y revuelo… [expresando] un amplio espectro de sentimientos… desde la tristeza más profunda y melancólica hasta la alegría más exaltada y contagiosa”; lo cual contrasta con el tono de tristeza y dolor implícitos en el Andante, mientras que el Menuetto revive la contradicción de fuerzas en lucha, pasando al entusiasmo y rápidamente a la decepción. Para este crítico, el Finale es el movimiento más poderoso, pues resume el tono pesimista de la obra, que “concluye en un arrebato demoníaco”. Esa contradicción también se ve expresada en la lírica, que evoca un mundo en pugna con fuerzas desconocidas, una angustia inmensa que es expresada magistralmente por el sonido que logra la orquesta como un todo.
Probablemente sea la sinfonía más conocida de Mozart, sus primeros compases son los más famosos de la música clásica, después de la “Quinta sinfonía” de Beethoven. Para algunos conocedores, el tono en sol menor -cuando lo habitual en sus piezas sinfónicas era el tono mayor-, quizás haya contribuido a esa gran difusión, dado el carácter sombrío y conmovedor que con ese tono logró transmitir; además de ser un reflejo de la vida del genial músico.
Conciertos, música de cámara y sonatas
Mozart cultivó todos los géneros musicales de su época, hay quienes opinan que hizo y logró con su música lo que realmente quiso. En la creación de conciertos -composición musical para uno o varios instrumentos solistas y orquesta, sin divisiones en su estructura-, fue especialmente prolífico, pasando de cincuenta los que escribió para instrumento solista y orquesta; incluidos veintisiete que compuso para piano y orquesta. Con estos últimos desarrolló y popularizó el piano clásico.
Eso dificulta la mención de los más representativos; sin embargo, afirma el musicólogo José Repollés que el “Concierto para piano N° 6, en si bemol mayor”, escrito en 1776 cuando Mozart tenía veinte años, edad en que ya había logrado expresarse con más seguridad, profundidad y flexibilidad, es una obra, por sus exigencias técnicas, que solo puede ser ejecutada por músicos de gran virtuosismo.
Otra composición en este género que menciona el citado musicólogo, es el “Concierto para piano N° 8, en do mayor”, escrito también cuando Mozart contaba veinte años. En esta pieza se produce una especie de ‘diálogo’ entre solista y orquesta, que lo emparenta con sus composiciones sinfónicas. Algunos críticos opinan que el “Concierto en re menor”, escrito en 1785 a toda prisa, como era casi habitual él, en cierta forma anunciaba una de sus obras más celebradas: la “Sinfonía Júpiter”, compuesta tres años después.
La música de cámara Mozart es también muy numerosa y de extraordinaria calidad artística, aunque no siempre fue del agrado del público de su época. Son piezas instrumentales para ser interpretadas en espacios pequeños. De los más de diez quintetos que se conservan, sobresalen el “Quinteto de cuerda en do mayor”, de 1787; el “Quinteto en sol menor”, de 1787; y el famoso “Quinteto en la mayor” o como se le conoció luego “Quinteto Stadler”, escrito de 1789 en honor a Stadler, eminente clarinetista y amigo de Mozart. De sus cuartetos, que sobrepasan los treinta, los primeros siguen el modelo instaurado por Haydn, considerado maestro del género; pero en los siguientes logró plasmar su particular manera de componer, destacándose de los seis que dedicó a Haydn el “Cuarteto en re menor” y el “Cuarteto en do mayor”.
Otro tanto podría decirse de sus tríos o del resto de su música de cámara; y de todos los otros géneros musicales que cultivó además de los mencionados anteriormente, como los divertimenti, lieder y cánones. Compuso, interpretó, realzó y revolucionó la música de su tiempo, dejando dentro de cada género verdaderas obras maestras, imperecederas e insuperables estilísticamente. Mención aparte merecen las sonatas.
La sonata es un género de composición representativo de la música galante, propia de su tiempo, que Mozart no eludió; por el contrario, lo asumió logrando progresivamente composiciones bien cuidadas, en equilibrio perfecto entre virtuosismo, estilo gentil y fuerza musical. Escribió más de setenta composiciones en este género, entre las que destacan las que compuso en su período de madurez artística, como la “Sonata en do menor”, publicada junto a la “Fantasía en do menor” en 1785; según el crítico H. Curzon, en esa obra “el lenguaje sonoro sintetiza la interna lucha para ir en pos de la luz y de la paz”.
La “Sonata en fa mayor” para piano solo, resultado de varios trabajos de años anteriores, pudo ser concluida en 1788. La “Sonata en si bemol” para violín y piano, es una obra que expresa de manera especial su impronta en este género musical, a partir de una decisión tomada en 1777 donde el violín dejó de ser el instrumento predominante y forma un auténtico dúo con el piano. Para algunos músicos y conocedores, la “Sonata para piano N° 11, en la mayor” de 1783 y “Sonata para piano N°18, en re mayor” de 1789, son obras de un desarrollo artístico bastante original, no obstante la influencia del arte francés; demuestran gracia, derroche de fantasía e improvisaciones que resultan enriquecedoras.
Genio entre los genios
Con expresiones de músicos, escritores y artistas célebres sobre Mozart y su obra, se podría armar un libro; pero es suficiente con mirar las siguientes.
Haydn, al padre de Mozart: Le aseguro, y pongo a Dios por testigo, que su hijo es el compositor más grande que conozco en persona o de nombre.
Schubert. ¡Oh Mozart, inmortal Mozart, cuán infinitas y confortantes percepciones para una vida más brillante y mejor nos has traído a nuestras almas!
Chopin. Se dice que en su lecho de muerte exclamó: “tocad a Mozart en memoria mía”.
Brahns. Refiere la anécdota que después de que uno de sus discípulos, con su mirada puesta en él, propusiera “Bebo por el mejor músico de todos los tiempos”, el homenajeado respondió levantando su copa: “Bebo por Mozart”.
Goethe. Llegó a decir que Mozart era la única persona que podía ponerle música a su “Fausto”, tal como había hecho con el “Don Juan”.
Anton Rubinstein. Mozart ha sido el Helios en la música.
José Repollés. Mozart ha sido el más musical, el más precoz, el más fecundo.
Un compositor de su época: “ese niño nos sumirá a todos en el olvido”.
Mozart. A quien al parecer no le gustaba la flauta, exclamó: lo peor de una flauta son dos flautas. Sin embargo, varios de sus conciertos más memorables, fueron escritos para flauta y orquesta; algunos de ellos incluso son interpretados frecuentemente en nuestros días.
Vida Personal
Mozart emprendió en 1777, en compañía de su madre, un viaje que lo llevaría a París para una estadía de varios meses; cuando hizo una escala en Múnich, conoció a los Weber quedando prendado de Aloysa, la hija mayor de esa familia de músicos menores, como los catalogó el padre del genio salzburgués.
Durante la permanencia en Francia su madre se enfermó, siendo cuidada por Mozart hasta que ella murió a causa de una infección el 3 de julio de 1778. Al emprender el regreso a Austria, el compositor paró de nuevo en Múnich para proponerle matrimonio a Aloysa Weber, pero fue rechazado.
Después de ese fracaso sentimental, Mozart se fijó en Konstanze Weber, la hija menor de la familia, también ligada a la música pues era soprano. Sin embargo, el compositor sabía que su padre no aprobaría esa relación; adicionalmente, cuando pensó ir a Salzburgo para presentar formalmente a su novia, por diversos motivos debió postergar el viaje.
El 4 de agosto de 1782, sin el consentimiento de su padre, Wolfgang Amadeus Mozart y Konstanze Weber se casaron en Viena. Mozart se radicó en esa ciudad y algunos de sus biógrafos sostienen que vivió un año feliz, siendo altamente productivo y creativo: dio conciertos y clases, además de escribir numerosas obras. Una muy especial fue la “Misa en do menor”, compuesta para celebrar su unión matrimonial; y también con la intención de apaciguar a su padre.
Aspiraba a estrenar esa obra en Salzburgo, con Konstanze como primera soprano solista; pero no pudo lograrlo sino en agosto del año siguiente. No obstante, su padre y su hermana nunca terminaron de aceptar a la mujer que escogió como esposa.
De los seis hijos que la pareja procreó, solo dos sobrevivieron hasta edad adulta. En junio de 1783 nació Raimund Leopold, quien solo vivió dos meses; al año siguiente vino al mundo Karl Thomas, contaba apenas siete años cuando murió su padre pero vivió hasta 1858. En octubre de 1786 nació Johann Leopold, que vivió cerca de un mes. Una niña de nombre Theresia nació en diciembre de 1787, vivió seis meses; la otra niña llegó en diciembre de 1789, se llamó Anna y vivió una hora. Finalmente, el mismo año en que murió el compositor, nació Franz Xaver Wolfgang, que fue el otro varón que pudo llegar a la adultez, murió en 1844.
A finales de 1784 Mozart ingresó a la francmasonería -logia derivada del protestantismo, originada en Inglaterra en las primeras décadas del siglo XVIII, con una particular interpretación de la Biblia, donde Dios, arquitecto supremo, está movido por la razón; y sus miembros hablan de la luz universal y de los ideales de la Ilustración-, en pos de una espiritualidad y fraternidad universales. En esa sociedad encontró, además de amigos, compañeros y hermanos, un ideal filosófico que asumió, junto a sus ritos y símbolos, como un camino de gran importancia durante el resto de su vida. Con esos conocimientos el pensamiento de Mozart se hizo más filosófico, compuso cantatas y lieder masónicos, que solo con sus títulos, citados nada más como ejemplo, aluden a esa nueva búsqueda: “A ti, Sol, alma del universo” y “Uníos hoy, queridos hermanos”.
El padre de Mozart murió el 28 de mayo de 1787, una pérdida de enorme relevancia en su vida, muy dolorosa y agobiante, porque también fue su amigo, consejero, maestro y protector, además de fungir como representante artístico y musical, como se conoce actualmente a la persona que realiza las gestiones conducentes a las giras y presentaciones de músicos o grupos artísticos.
Gran parte de sus composiciones fueron hechas por encargo de nobles y religiosos. Se sabe que Mozart recibió suficiente dinero por su trabajo durante muchos años, se estima que perteneció al cinco por ciento de los habitantes de su país que recibían los mejores ingresos para la época.
Algunos biógrafos explican la precariedad económica que padeció, en parte por la vida de derroche que llevaba, junto a Konstanze, con fiestas continuas. A esos gastos se sumaron los quebrantos de salud de su esposa, que debía recibir tratamiento costoso para reponerse después de cada parto. Una familia numerosa, apuestas, deudas y otros gastos extramatrimoniales -de ambos-, terminaron por socavar su patrimonio y comprometer su situación financiera. En los últimos años de su vida la crisis económica se agudizó y Mozart anhelaba recibir encargos de trabajo, cada vez más difíciles de obtener. Era un genio, pero era humano, sus emociones no siempre estuvieron bajo su control.
Muerte
El 5 de diciembre de 1791 Wolfgang Amadeus Mozart falleció en Viena, a los 35 años de edad.
No se sabe a ciencia cierta cuál fue el origen de la muerte, los síntomas que presentó varios días antes del deceso, además de fiebre continuada, fueron cefalea, vómitos y tumefacción, primero de manos y pies, luego generalizada. Se ha especulado mucho sobre ese hecho, hay quienes sostienen que fueron fiebres reumáticas; mientras que otros creen que se trató de uremia o síndrome urémico, ocasionado por enfermedad renal avanzada. Pueden contarse por decenas las posibles causas de su muerte, sobre todo teniendo en cuenta que fue un niño y un adulto enfermizo, padeció de viruela, amigdalitis, bronquitis, neumonía, fiebre tifoidea, reumatismo y periodontitis, entre otras patologías.
Sin embargo, varios biógrafos y estudiosos serios de su vida concuerdan en que su muerte no fue por envenenamiento, como algunos han dejado correr a través del tiempo. Una especie que partió del mismo compositor cuando empezó a sentirse mal; sostenida luego por otros, por error o interés novelesco, durante años.
Otro mito muy difundido es que sus restos se depositaron en una fosa común. Cierto es que el entierro se hizo sin el ataúd, de acuerdo con las normas sanitarias impuestas en ese entonces, respetadas también por la francmasonería. Es igualmente cierto que no se le practicó autopsia, por el estado en que ya se encontraba el cadáver; además, a la tumba no se le colocó nombre ni señal, al parecer por los apremios causados por la lluvia inclemente de ese momento, pero no se trató de una fosa común.
No obstante, creencias de ese tenor, sobre el envenenamiento y la fosa común para borrar evidencias, han sido sostenidas y explotadas en diversos ambientes, por error o para sacar provecho, contribuyendo a tergiversar los hechos y dar crédito a la leyenda. Resultan de antología algunos casos en el ámbito literario y artístico, como la ópera “ Mozart y Salieri”, estrenada 1898 por el compositor ruso Nikolái Rimski-Kórsakov, con base en la obra de teatro del mismo nombre, que el gran escritor ruso Alexander Pushkin escribió en 1830. Ese drama también sirvió de inspiración a Peter Shaffer para escribir una obra de teatro homónima, que se estrenó en Inglaterra en 1979; la misma fue base para el guion de la exitosa película “Amadeus”, dirigida por Milos Forman en 1984.
Mozart tuvo un funeral en la catedral de San Esteban, en Viena, donde la asistencia de un buen número de músicos, cofrades de la masonería e integrantes de la nobleza local, desmonta otra creencia, la de que su deceso fue indiferente. Todo lo contrario, si se tiene en cuenta el clima lluvioso, de nieve y granizo, que había ese día. Es verdad que muy pocos siguieron el cortejo hasta el cementerio de St. Marx -en español, San Marcos-, donde fue enterrado. Hay biógrafos que opinan que Antonio Salieri y otros pocos músicos sí acompañaron el cadáver hasta el final; mientras que otros afirman que solo los enterradores estuvieron el sitio, por lo se perdió la referencia para localizar la tumba.
Tránsito a la inmortalidad
Poco tiempo después de la muerte de Mozart, Konstanze se comunicó con el editor Johann Anton André, para organizar y publicar la mayor parte de las obras del genial compositor.
En 1801 se hizo el intento de ubicar la tumba de Mozart para identificar los restos, pero no fue posible porque en su momento el lugar quedó sin cruz, nombre o alguna otra señal.
En 1809 Konstanze, de 47 años de edad, se casó con Georg Nikolaus Nissen, para ese entonces secretario de la legación danesa en Auria, quien junto al historiador y bibliotecario Friedrich von Schilchtegroll, escribió unas de las primeras biografías de Mozart. En 1828 quedó viuda por segunda vez, muriendo catorce años más tarde, el 6 de marzo de 1842, a los ochenta años de edad.
En los hijos sobrevivientes a Mozart, Karl Thomas y Franz Xaver, se apreció desde temprana edad gran talento musical. El primero realizó estudios en la Escuela de Comercio en Livorno, en Italia, a los que siguieron los aprendizajes sobre música, actividad que terminó por dejar para dedicarse a su carrera de empleado público. Franz Xaver llegó a ser un excelente compositor y pianista.
En 1862 Ludwig von Köchel creó el catálogo Köchel (K) o Köchel Verzeichnis (KV), una lista cronológica de las composiciones de Mozart; de allí las iniciales K o KV que acompaña los títulos de las obras del compositor. Ese catálogo ha sido revisado y actualizado en ediciones posteriores.
Mozart se mantiene en el tiempo, para alegría y regocijo de los amantes de su música, también para muchos que ni siquiera se han asomado a la inmensidad de su obra. Durante más doscientos sesenta años ha sido posible hallarlo también por medios distintos a los concebidos originalmente para expresar sus óperas, conciertos, sinfonías y todas sus maravillosas y prolijas composiciones.
Actualmente se puede apreciar en teatros, iglesias o al aire libre; pero también se lo puede encontrar en libros, en grabaciones sonoras -discos de vinilo o digitales-, obras de teatro, musicales, cine, televisión, documentales, Internet, YouTube, revistas impresas o páginas web como esta. Se ha llegado a hablar del Efecto Mozart -¿efecto publicidad?-, para comercializar su música en auspicio del intelecto de niños y adultos. Por último, qué niño no disfrutó en los dibujos animados el área “Fígaro Cavatina”, de las “Bodas de Fígaro”, que junto al “Largo Al Factótum” de “El barbero de Sevilla” de Rossini, hacían las delicias de los pequeños televidentes, cuando escuchaban al tenor repetir “ad infinitum” ¡Fígaro! Fígaro! Fígaro!.. a la par que veían alguna ocurrencia de los personajes.
En el cementerio de San Marcos, en Viena, hay un sobrio y hermoso cenotafio, es un lugar con flores permanentes, que se tiene como sitio aproximado, más bien simbólico, de la tumba de Mozart. Turistas y admiradores de su obra inmortal, acostumbran ir allí para rendir tributo al genio de Salzburgo.
En una ocasión le preguntaron al reconocido pianista italiano Maurizio Pollini, a quién consideraba el músico más grande que había producido la humanidad, a lo que respondió sin dudar: Beethoven; el entrevistador, un tanto incrédulo, le inquirió ¿y Mozart?; Pollini contestó rápidamente: ¡Mozart es Dios!